-NEW YORK TIMES BESTSELLER-
ARMANDO VEGA
EL PODER, LA PROPIEDAD PRIVADA Y LA VERDADERA NATURALEZA DEL HOMBRE
Cuando empecé a practicar karate hace mas de 20 años, lo hice porque las pelÃculas de artes marciales y los sueños de mi padre asà me orillaron, bueno también los ánimos de venganza por tantos abusos de otros niños mas grandes en mi escuela.
una de las cosas que siempre fueron reacias con mi naturaleza, fue el de someterme sin cuestionar la obediencia ciega, una porque no soy soldado, 2 porque no soy japonés y 3 porque esas cosas del honor samurai son cosas del Japón feudal, ¿Que me hacia a mi en ese entonces seguir este juego de poder? esta hoguera de vanidades, tal vez, como decÃa mi senpai era una cuestión de tiempo, saber dominar y someter a otros con igual mano dura con la cual era sometido. que solo aquel que es capaz de saber obedecer es capaz de saber mandar.
Y con ese cuento, cuantos abusos no ha cometido la humanidad, con el pretexto del honor, la divinidad, el mandato superior. la agachona conducta humana y su deseo de ser sometido. El poder es una enfermedad del psique humana, en nombre del poder y las buenas costumbres y tratados se han cometido infinidad de atropellos en contra de la humanidad .
En cuanto un ser humano tiene una pequeña responsabilidad, un pequeño puesto que le otorgue autoridad sobre otros, su personalidad se ve afectada, tanto asà que es capaz de torturar y someter con violencia a razón de defender su pequeño poder y su creencia de deber.
La obediencia a la autoridad: los experimentos de Milgram
El relato terapéutico
¿PodrÃa una persona normal llegar a torturar o asesinar a alguien sólo por obedecer órdenes o tendrÃamos que llegar a la conclusión de que se trata de un perturbado? Cuando un psicólogo llamado Milgram trató de responder a esta pregunta, él mismo quedó sorprendido ante los resultados. Cuando, a finales de los años sesenta, Adolf Eichmann fue juzgado por los crÃmenes contra la humanidad cometidos durante el régimen nazi, el mundo entero se preguntó cómo era posible que alguien llegara a cometer semejantes atrocidades a millones de personas inocentes. Muchos pensaron que Eichmann tenÃa que ser un loco o un sádico y que no era posible que fuese como el resto de las personas normales que caminan junto a nosotros cada dÃa por las calles, se sientan en la mesa de al lado en nuestro restaurante o viven en el piso de arriba en nuestro mismo edificio. Sin embargo, nada hacÃa pensar que Eichmann fuese distinto a los demás. ParecÃa ser un hombre completamente normal e incluso aburrido. Un padre de familia que habÃa vivido una vida corriente y que afirmaba no tener nada en contra de los judÃos. Cada vez que le preguntaban por el motivo de su comportamiento, él respondÃa con la misma frase: "cumplÃa órdenes". A raÃz de esto, un psicólogo social norteamericano llamado Stanley Milgram empezó a hacerse preguntas acerca de la obediencia a la autoridad y a plantearse si cualquiera de nosotros serÃamos capaces de llegar a la tortura y el asesinato sólo por cumplir órdenes. Él pensaba que la respuesta a esta pregunta serÃa un rotundo no, sobre todo en un paÃs como Estados Unidos, donde se da gran importancia a la individualidad, la autonomÃa y la independencia de las personas, y más aún en el caso de que las órdenes implicaran hacer daño a alguien. Para comprobarlo diseñó un experimento que se llevó a cabo en un laboratorio de la universidad de Yale. Los resultados fueron tan sorprendentes que dejaron boquiabierta no sólo a la comunidad cientÃfica, sino también al público en general, que llegó a tener conocimiento de dicho experimento debido a la gran atención que le prestaron los medios de comunicación, llegando a convertirse en el experimento más famoso dentro del campo de la psicologÃa social. El experimento A través de anuncios en un periódico de New Haven, Connecticut, Milgram seleccionó a un grupo de hombres de todo tipo de entre 25 y 50 años de edad a quienes pagaron cuatro dólares y una dieta por desplazamiento por participar en un estudio sobre "la memoria y el aprendizaje". Estas personas no sabÃan que en realidad iban a participar en una investigación sobre la obediencia, pues dicho conocimiento habrÃa influido en los resultados del experimento, impidiendo la obtención de datos fiables. Cuando el participante (o sujeto experimental) llega al impresionante laboratorio de Yale, se encuentra con un experimentador (un hombre con una bata blanca) y un compañero que, como él, iba a participar en la investigación. Mientras que el compañero parece estar un poco nervioso, el experimentador se muestra en todo momento seguro de sà mismo y les explica a ambos que el objetivo del experimento es comprender mejor la relación que existe entre el castigo y el aprendizaje. Les dice que es muy poca la investigación que se ha realizado hasta el momento y que no se sabe cuánto castigo es necesaria para un mejor aprendizaje. Uno de los dos participantes serÃa elegido al azar para hacer de maestro y al otro le corresponderÃa el papel de alumno. La tarea del maestro consistÃa en leer pares de palabras al alumno y luego éste deberÃa ser capaz de recordar la segunda palabra del par después de que el maestro le dijese la primera. Si fallaba, el maestro tendrÃa que darle una descarga eléctrica como una forma de reforzar el aprendizaje. Ambos introducen la mano en una caja y sacan un papel doblado que determinará sus roles en el experimento. En el de nuestro sujeto experimental está escrita la palabra maestro. Los tres hombres se dirigen a una sala adyacente donde hay una aparato muy similar a una silla eléctrica. El alumno se sienta en ella y el experimentador lo ata con correas diciendo que es "para impedir un movimiento excesivo". Luego le coloca un electrodo en el brazo utilizando una crema "para evitar que se produzcan quemaduras o ampollas". Afirma que las descargas pueden ser extremadamente dolorosas pero que no causarán ningún daño permanente. Antes de comenzar, les aplica a ambos una descarga de 45 voltios para "probar el equipo", lo cual permite al maestro comprobar la medianamente desagradable sensación a la que serÃa sometido el alumno durante la primera fase del experimento. En la máquina hay 30 llaves marcadas con etiquetas que indican el nivel de descarga, comenzando con 15 voltios, etiquetado como descarga leve, y aumentando de 15 en 15 hasta llegar a 450 voltios, cuya etiqueta decÃa "peligro: descarga severa". Cada vez que el alumno falle, el maestro tendrá que aplicarle una descarga que comenzará en el nivel más bajo e irá aumentando progresivamente en cada nueva serie de preguntas. El experimentador y el maestro vuelven a la habitación de al lado y el experimento comienza. El maestro lee las palabras a través de un micrófono y puede escuchar las respuestas del alumno. Los errores iniciales son castigados con descargas leves, pero conforme el nivel de descarga aumenta, el maestro empieza a escuchar sus quejas, concretamente a los 75 voltios. En este momento el maestro empieza a ponerse nervioso pero cada vez que duda, el experimentador le empuja a continuar. A los 120 voltios el alumno grita diciendo que las descargas son dolorosas. A los 135 aúlla de dolor. A los 150 anuncia que se niega a continuar. A los 180 grita diciendo que no puede soportarlo. A los 270 su grito es de agonÃa, y a partir de los 300 voltios está con estertores y ya no responde a las preguntas. El maestro, asà como el resto de personas que hacen de maestros durante el experimento, se va sintiendo cada vez más ansioso. Muchos sonrÃen nerviosamente, se retuercen las manos, tartamudean, se clavan las uñas en la carne, piden que se les permita abandonar e incluso algunos se ofrecen para ocupar el lugar de alumno. Pero cada vez que el maestro intenta detenerse, el experimentador le dice impasible: "Por favor, continúe". Si sigue dudando utiliza la siguiente frase: "El experimento requiere que continúe". Después: "Es absolutamente esencial que continúe" y por último: "No tiene elección. Debe continuar". Si después de esta frase se siguen negando, el experimento se suspende. Los resultados Los datos obtenidos en el experimento superaron todas las expectativas. Si bien las encuestas hechas a estudiantes, adultos de clase media y psiquiatras, habÃan predicho un promedio de descarga máxima de 130 voltios y una obediencia del 0%, lo cierto es que el 62'5 % de los sujetos obedeció, llegando hasta los 450 voltios, incluso aunque después de los 300 el alumno no diese ya señales de vida. Por supuesto, aquà es necesario añadir que el alumno era en realidad un cómplice del experimentador que no recibió descarga alguna. Lo que nuestro ingenuo participante escuchaba era una grabación con gemidos y gritos de dolor que era la misma para todo el grupo experimental. Tampoco se asignaba el papel de maestro o alumno al azar, ya que en ambas hojas estaba escrita la palabra maestro. Sin embargo, estas personas no supieron nada del engaño hasta el final de experimento. Para ellos, los angustiosos gritos de dolor eran reales y aún asà la mayorÃa de ellos continuó hasta el final. Lógicamente, lo primero que se preguntaron los atónitos investigadores fue cómo era posible que se hubiesen obtenido estos resultados. ¿Eran acaso todos ellos unos sádicos sin corazón? Su propia conducta demuestra que esto no era asÃ, pues todos se mostraban preocupados y cada vez más ansiosos ante el cariz que estaba tomando la situación, y al enterarse de que en realidad no habÃan hecho daño a nadie suspiraban aliviados. Cuando el experimento terminaba muchos se limpiaban el sudor de la frente, movÃan la cabeza de un lado a otro como lamentando lo ocurrido o encendÃan rápidamente un cigarro. Tampoco puede argumentarse que no fuesen del todo conscientes del dolor de las otras personas, pues cuando al finalizar el experimento les preguntaron cómo de dolorosa pensaban que habÃa sido la experiencia para el alumno, la respuesta media fue de 13'42 en una escala que va de 1 (no era dolorosa en absoluto) a 14 (extremadamente dolorosa). Variaciones. Durante más de dos décadas, hasta principios de los ochenta, tanto Milgram como otros investigadores realizaron diversos experimentos en varios paÃses, introduciendo variaciones en algunos de ellos para tratar de dilucidar cuáles son los factores que determinan una mayor o menor obediencia. En uno de ellos se vio que cuanto más alejado estaba el alumno del maestro mayor era el Ãndice de obediencia. Cuando los participantes no escuchaban la voz del alumno, sino que solamente podÃan escuchar sus golpes en la pared a los 300 voltios, la obediencia fue del 65 %. Cuando el alumno se hallaba en la misma habitación que el sujeto, quien podÃa verlo y oÃrlo, la obediencia fue del 40 %. Y cuando el maestro (adecuadamente "protegido") tenÃa que apretar la mano del alumno contra una placa para que recibiera la descarga, el 30 % llegó al nivel máximo de descarga. En todos los casos son niveles altos, sobre todo teniendo en cuenta que la predicción habÃa sido una obediencia nula y que se trataba de torturar a otra persona. Cuando el participante recibe apoyo de un compañero que se niega a que el experimento continúe, la obediencia decae al 10%, mientras que si ese compañero apoya al experimentador, la obediencia asciende más que nunca: el 93% de los sujetos llega hasta los 450 voltios. Muchos participantes llegaron incluso a obedecer a una autoridad "inmoral" en una investigación en la que la vÃctima no daba su acuerdo a no ser que el experimentador prometiera poner fin al estudio si se lo pedÃa. Cuando el experimentador rompÃa su promesa y seguÃa instando al participante a que obedeciera, el Ãndice de obediencia fue del 40 %. En cambio, cuando el experimentador abandona la sala y deja a cargo a una persona que el maestro considera su igual, la obediencia desciende al 20 %, y es nula cuando dos experimentadores dan órdenes opuestas. Los niveles de obediencia siguen siendo los mismo aunque sea otro experimentador el que recibe las descargas, y al comparar los niveles de obediencia entre hombres y mujeres no se han encontrado diferencias entre sexos. En otro experimento, Milgram trasladó el laboratorio a un lugar menos prestigioso e impresionante que la universidad de Yale: unas oficinas en un edificio de una ciudad cercana. En este caso la obediencia disminuyó, pero aún asà casi la mitad de los maestros siguieron las órdenes. Se ha conseguido incluso que algunas personas obedezcan a un investigador que les dice que metan la mano en un recipiente lleno de "ácido", que arrojen "ácido" a otra persona o que toquen una serpiente "venenosa". La explicación. Según Milgram, lo que sucedió fue que los sujetos entraron en lo que él llamó "estado de agente", caracterizado por el hecho de que el individuo se ve a sà mismo como un agente ejecutivo de una autoridad que considera legÃtima. Aunque la mayorÃa de las personas se consideran autónomas, independientes e iniciadoras de sus actos en muchas situaciones, cuando entran en una estructura jerárquica pueden dejar de verse de ese modo y descargar la responsabilidad de sus actos en la persona que tiene el rango superior o el poder. Recordemos que los individuos del experimento accedÃan voluntariamente a realizarlo, aunque en ningún momento les dijeron que estarÃan en una situación en la que tendrÃan que obedecer órdenes. Tampoco era necesario. La estructura social del experimento activaba con fuerza una norma social que todos hemos aprendido desde niños: "Debes obedecer a una autoridad legÃtima", entre ellos los representantes de instituciones universitarias y cientÃficas (o los profesores en los colegios), policÃas, bomberos, oficiales de mayor rango en el ejército, etc. Cuando el sujeto entra libremente en una organización social jerárquica, acepta, en mayor o menor medida, que su pensamiento y sus actos sean regulados por la ideologÃa de su institución. Para obedecer, por tanto, la autoridad debe ser considerada legÃtima. En los experimentos de Milgram la figura de autoridad se reconocÃa fácilmente, como sucede en muchas situaciones de la vida real: cientÃficos y médicos llevan batas blancas, los policÃas y los bomberos llevan uniformes, etc. Todos estos sÃmbolos son capaces de activar la norma de obediencia a la autoridad. Por este motivo, Eichmann repetÃa continuamente que sólo obedecÃa órdenes. Se consideraba parte del aparato técnico no pensante, sin tener en cuenta la posibilidad de que podrÃa o deberÃa controlar su propia conducta y ser responsable de ella. Por otra parte, cuando los individuos creen que ellos, y no la autoridad, son los únicos responsables de sus actos, la obediencia cede. Sin embargo, no todo el mundo responde de la misma forma ante la autoridad. Algunos piensan que todos los ciudadanos deben obediencia ciega a una autoridad legÃtima. Según estas personas, los subordinados no son responsables de su propia conducta cuando obedecen órdenes. Otros, en cambio, creen que las personas siempre son responsables de sus actos y al encontrarse ante una autoridad que les da órdenes que van contra sus propios valores, se resisten a obedecer. Pero estos no son los únicos factores que intervienen en la explicación de los hechos. Cada vez que el maestro protestaba, el experimentador centraba su atención en la norma de la obediencia: "el experimento exige que continúe", "no tiene elección", y su calma ante el sufrimiento del alumno y ante las dudas del maestro, parecÃan indicarle a este último que, en esa situación, la conducta apropiada era obedecer por el bien del experimento, por fines superiores como la ciencia y el conocimiento. Aún asÃ, otra norma social que también habÃan aprendido estas personas desde su infancia les recordaba que no se debe hacer daño a los demás y que debemos prestarles nuestra ayuda cuando la necesiten. Este dilema les producÃa una gran ansiedad porque sabÃan que no estaban haciendo nada para aliviar el sufrimientos de esas personas. Milgram habÃa logrado resaltar la norma de la obediencia y la situación incitaba a los maestros a prestar menos atención a la norma de ayuda a los demás (o responsabilidad social). Pero, ¿qué pasa cuando acentuamos la norma de la responsabilidad social? Como hemos visto, cuanto más próxima está la vÃctima al individuo, como cuando tenÃan que sujetar su mano sobre la placa, menor es la obediencia. Del mismo modo que la persona que espÃa por el ojo de una cerradura se llena de vergüenza al ser descubierta, el individuo que mira a los ojos de su vÃctima mientras le aplica la descarga, se ve reflejado en ella; las consecuencias de sus actos son demasiado evidentes, el nexo entre acción y consecuencia es palpable y los ojos de su vÃctima son el espejo en el que se refleja su propio rostro y lo hace más consciente de sà mismo y, por tanto, de sus actos, lo que lleva a un aumento de su sensación de responsabilidad ante ellos. Esto hace que la norma de responsabilidad social tenga más poder que la de la obediencia. Por este motivo, es mucho más fácil firmar un papel decretando la muerte de una persona, tirar una bomba desde un avión o apretar un botón que lance un misil en dirección a un paÃs vecino, que torturar o matar a alguien directamente. Según cuentan algunos testigos, el mismo Eichmann se vino abajo cuando se vio forzado a recorrer los campos de concentración en los que habÃa ordenado encerrar a tanta gente. Probablemente, una persona que se considerase plenamente responsable de sus actos se habrÃa preocupado por saber, al menos, cuál serÃa el verdadero destino de esas personas y qué era lo que realmente estaba haciendo con ellas. Paso a paso hasta la tortura. Los participantes comenzaron aplicando descargas leves de 15 voltios, que no suponÃan más que una simple molestia. Después, un poco más, aumentando gradualmente la intensidad de la descarga. Esta secuencia también contribuÃa a que los sujetos se viesen inmersos en la trampa de la obediencia. Además, llegaron engañados, sin que jamás se les hubiese pasado por la cabeza que acabarÃan haciendo tanto daño a alguien. Tampoco imaginaban que el alumno cometerÃa tal número de errores al hacer algo tan sencillo (esto también estaba amañado de antemano), ni que las descargas llegarÃan a ser tan fuertes. Por otro lado, los participantes habÃan accedido a participar voluntariamente y, por tanto, habÃan reconocido al experimentador como autoridad legÃtima, y el hecho de haber obedecido durante las primeras fases podÃa estar empujándolos a continuar haciéndolo. Culpar a la vÃctima. Otro mecanismo psicológico que interviene (y probablemente el más preocupante) consiste en llegar a pensar que la vÃctima se merece realmente lo que le está sucediendo. Muchos de los individuos que llegaron a los 450 voltios, una vez terminado el experimento criticaban a los alumnos diciendo que eran tan estúpidos que les estaba bien empleado. Al pensar que la vÃctima se lo merece, estas personas se sienten mejor, pudiendo reducir la ansiedad ocasionada por el conflicto entre sus deseos de no hacer daño a nadie y su obediencia. Por otro lado, la tendencia a culpar a la vÃctima aparece en numerosos contextos sociales como un forma de protegerse y que está basada en la creencia en un mundo justo, donde cada cual recibe lo que merece, sea bueno o malo. De esta forma, pueden pensar que a ellos, que son buenas personas, no les pasará nada realmente malo. Si, por el contrario, el mundo que nos rodea es considerado un lugar injusto, a cualquier persona puede sucederle algo terrible, haga lo que haga, con escasas probabilidades de controlarlo. De ahà que haya tanta gente que, erróneamente, quiere creer en ese hipotético mundo donde cada cual obtiene siempre lo que merece. Y si resulta que nosotros, que somos personas buenas y decentes viviendo en un mundo justo, le hemos dado una descarga de 450 voltios a una persona, fue probablemente porque se lo merecÃa. Una vez que el maestro, mediante este mecanismo psicológico defensivo, ha llegado a infravalorar al alumno, éste ha pasado de ser una vÃctima inocente a convertirse en alguien que merece el maltrato. Si volvemos de nuevo al régimen nazi, nos encontramos con una estructura marcadamente jerárquica donde predomina la norma de la obediencia por encima de todas, eliminando la responsabilidad del sujeto en sus propios actos. Los uniformes que todos vestÃan y que lograban que todos parecieran iguales contribuÃa a que no se viesen como individuos autónomos e independientes, disminuyendo asà la percepción de sà mismos; aspectos necesarios, como hemos visto, para que una persona se considere responsable de sus actos. El malestar psicológico que podrÃa aparecer al principio y su tendencia a reducirlo, el castigo a la desobediencia (junto con la exaltación de la obediencia y la fidelidad al régimen) y el racismo que se respiraba en Alemania ya antes de la llegada de los nazis al poder, logró que un gran número de personas inocentes fueran consideradas como seres cada vez más despreciables y merecedores de tantas atrocidades. Del mismo modo, los experimentos de Milgram pueden ayudarnos a entender la masacre de My Lai, ordenada por mandos norteamericanos durante la guerra del Vietnam, o las torturas y desapariciones durante la dictadura chilena. E incluso una excesiva obediencia a la autoridad podrÃa llevar a errores médicos, debido a que los enfermeros pueden hacer algo que saben que perjudicará a un paciente simplemente porque el médico se lo ha ordenado. Algo semejante puede suceder también en un avión. En ambas situaciones es muy difÃcil, tanto para el enfermero como para el miembro de la tripulación, convencer a su superior de que está en un error, y la persona que sustenta la autoridad no suele permitir que sus órdenes sean cuestionadas. Según una revisión de los datos realizada en Estados Unidos, un 25 % de los accidentes de avión pueden deberse a una obediencia excesiva. Pero la obediencia ciega no nos lleva sólo a aumentar la probabilidad de cometer atrocidades o poner en peligro nuestras vidas, como bien pudo demostrar la American Psychological Association en una exposición sobre la investigación en psicologÃa. En la parte de la exposición dedicada a Milgram, se realizó una "demostración" del poder de la obediencia. El aparato en el que el experimentador sentaba a sus cómplices se encontraba situado al final de un largo pasillo cuyo suelo constaba de baldosas blancas y negras alternantes. Grandes letreros advertÃan a los visitantes: "Por favor, caminen sobre las baldosas negras EXCLUSIVAMENTE", sin darles ningún tipo de explicación hasta que llegaban al final del pasillo. El 90 % de los visitantes obedeció y recorrió todo el pasillo caminado sólo sobre las baldosas negras. Por supuesto, el experimento de Milgram no sólo dio que hablar sobre la obediencia sino también sobre la ética en la investigación psicológica, debido al engaño y a la situación tan angustiosa en la que habÃan sido atrapados los participantes. Milgram se defendió diciendo que todos los sujetos habÃan sido informados cuidadosamente de la verdad tras el experimento y que los cuestionarios de seguimiento mostraban que el 84% tenÃa sentimientos positivos acerca de su participación, el 15 % sentimientos neutros y sólo el 1'3 % describió sentimientos negativos. Aún asÃ, estos experimentos llevaron a la introducción del "consentimiento informado", por el que todo participante en una investigación debe tener la información necesaria sobre el experimento, de modo que pueda elegir, sabiendo lo que hace, si quiere participar o no
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Como vimos la necesidad psicológica de seguir ordenes y obedecerlas ciegamente esta incrustada en la naturaleza humana, motivada y coaccionada en su educación académica y sus genes, como una base de su comportamiento, donde un porcentaje muy alto esta dispuesto hasta a matar en pos de una bandera, una uniforme, una deidad o cualquier cosa que crea que es superior a el mismo y merece su obediencia.
la población en general esta dispuesta a hacer cualquier cosa por defender su tierra, su honor, su patrimonio. Esa gente que es amable, cordial y altruista, llevada al limite de sus carencias o servicios es capaz de robar, agredir fÃsicamente o hasta matar a quien estorbe en el medio de conseguir lo que desea. lo que hace a esta civilización ordenada es el miedo al castigo y no la ETICA PERSONAL
El ser humano no cuestiona la razón de porque cree que solo su familia es la importante, que solo sus hijos importan, antes que su vida misma, que solo su Dios es el correcto y los demás viven equivocados, que los demás humanos que viven en paÃses distintos y que tienen colores distintos son sus enemigos solo por ser diferentes y que solo piensan en quitarle lo que con tanto trabajo consiguieron. el ser humano solo necesito un detonante para poder pelear una guerra, para dejar todo e inmolarse asà mismo en nombre de Dios o de una bandera. la creencia de la propiedad privada, la creencia de territorialismo y de que su núcleo personal es lo mas importante para proteger. la creencia de que no importa a quien destruyas, invadas, violes o mates en pos de la seguridad de tu núcleo personal. la propiedad privada es una completa estupidez, las fronteras, los idiomas, los valores morales y fÃsicos determinados por tu etnia, son una manipulación de los que gobiernan este planeta y que te venden la idea de obediencia y sometimiento en pos de tu bienestar y seguridad.
Hay experimentos de comunas donde la familia no existe, donde la propiedad privada no existe, todo es de todos y cada cual comparte lo que produce en el bien de la comunidad sacando el provecho máximo de su verdadera vocación y dejando atrás leyes gobiernos y sobre todo el dinero. el resultado en calidad de vida es de un 100% el resultado de homicidios, de robos, de fraudes de engaños, es de una increÃble cantidad de 0% cuando el bien común es lo importante y nos solo de tu comunidad, familia o circulo personal, si no el entendimiento de un organismo social como un todo, es ahà donde se logra la satisfacción social general, el descubrimiento de un humano al pleno de sus capacidades y no de sus deseos. pero para conseguir esto se debe trabajar en el desprendimiento de años de manipulaciones y de engaños, con modelos económicos corruptos que solo generan el deseo imparable de bienes y servicios y que solo sustentan el poder y la riqueza de unos cuantos vÃvales que se regodean de poder a causa de tus miedos e inseguridades.
Ese sistema económico y social esta condenado a extinguirse por que genera un mal exponencial que solo terminara con el caos social al agotarse los recursos naturales en le cual esta sustentado.
La estupidez de esos enfermos de poder va mas allá de lo comprensible, la contaminación por la radiación de las plantas nucleares afectan a todos los peces del mar, la contaminación por las extracciones de petróleo esta en cada planta, en cada pez que todo ser humano consume. la polución se respira en cualquier parte que vallas y esta irremediablemente llegara a ti como un efecto domino y ni aunque seas el mas rico o poderoso te libraras de ella, porque como lo dije en un principio todos vivimos en esta pequeña canica azul y lo que hagamos en conjunto nos afecta a todos.
Por eso es necesario que despiertes la parte divina que duerme dentro de ti porque es la que te hará entender que eres parte de cada una de las cosa que te rodean, de cada una de las cosas que vez, de cada una de las cosa que amas y de cada una de las cosas que desprecias. necesitamos que los estudios en el ingenierÃa genética sean usados en beneficio de alcanzar el entendimiento mutuo, necesitamos que los estudios de sociologÃa, psicologÃa, medicina y biologÃa sean usados por gente con ética moral verdadera y no con los fines oscuros y amorales de los consorcios empresariales, gobiernos y mercados como hasta ahora a sucedido. Ese 1 % que ostenta el poder, el conocimiento y la riqueza absoluta no quiere que despiertes por que destruirÃa su posición, su adicción al lujo y poder que han ostentado por siglos y son capaces de sacrificar a la masa estupida si se ven amenazados en sus ambiciones. TU les importas un carajo y a si a sido siempre, pero te tienen miedo porque saben que si despiertas el cambio será irreversible y los beneficiados seremos todos y en eso esta incluido el mundo.
Solo si podremos salvarnos de una inminente crisis de recursos naturales, de la inminente crisis de valores morales y de el olvido de una vez y para siempre de nuestra divinidad.